Doctor, ¿Qué me pasa? Y el doctor nos pasa un test, lo corrige y coloca el dedo sobre un diagnóstico: ansiedad generalizada, TOC, trastorno bipolar tipo II, ansiedad con agorafobia, tricotilomanía o trastorno límite de la personalidad. Da igual. La cosa es que algo tenemos. Y ya tenemos puesta la etiqueta de enfermos mentales, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Es muy importante que entendamos de dónde viene todo este fenómeno de diagnóstico, categorización… para poder visualizar su subjetividad y saber contextualizarlo bien.
Los diagnósticos de patología y trastornos mentales no están creados por Dios, ni sale un nombre en nuestro TAC cerebral que ponga “trastorno de ansiedad generalizado” o “trastorno por atracón”. Son invenciones humanas. Los diagnósticos mentales se basan principalmente en dos manuales: El CIE y el DSM, ambos creados a mitad del siglo XX por un grupo de hombres estadounidenses. Obviamente, en otra época, en otra cultura, con otros hombres o con la participación de mujeres, estos manuales diagnósticos, si es que se hubieran creado, serían totalmente distintos. Las categorías serían totalmente diferentes, las enfermedades y la forma de clasificarlas y tratarlas también. Incluso en estos 70 años de evolución de estos manuales, el DSM ha tenido cinco ediciones, con cambios muy significativos en los trastornos y diagnósticos, igual que el CIE, que ya va por la décima edición.
Es crucial entender este contexto. Comprender que todo esto es muy relativo, que no es un absoluto, que lo que se conoce como trastorno mental no es un ente sólido, es una convención entre personas. Es una manera de categorizar a partir de tests que evalúan ciertos síntomas. Eso no significa que “tengas” eso, o que estés enfermo. La etiqueta que te han puesto la puedes tirar si no te gusta. No hay ninguna razón de peso para que la tengas que guardar.
Tenemos muchas veces una confianza ciega en las cosas que nos dicen desde arriba, desde una supuesta autoridad profesional . Pero hay que ser capaz de cuestionarse las ideas que recibimos como la verdad absoluta y ver si realmente nosotros queremos formar parte de ello. Porque, sí, es una elección. Puedes elegir si te gustan esas categorías, si te encaja y te sirve esa forma de clasificar el mundo o si no te gusta y no quieres formar parte de ello. Si ves el proceso de formación que han tenido las entidades de patología mental, es más fácil poder realmente entender que es algo bastante arbitrario, muy ligado a la subjetividad de unas cuantas personas y al contexto social, cultural y económico del momento.
Empecemos por el principio.
¿Qué es una patología mental? Voy a poner primero la definición del DSM-V, que es ahora mismo el manual más utilizado en clínica:
"Un trastorno mental es un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental”.
Bueno, entonces, un trastorno mental se entiende desde la psicología y psiquiatría tradicionales como una alteración o disfunción de la mente. Normalmente la patologización se da cuando afecta a varias áreas de nuestra vida y de manera importante. Es decir, que esa “disfunción” realmente afecta a nuestra vida diaria.
Ahora voy a explicar, desde un contexto de haber estudiado y aplicado esta manera de entender los trastornos y la psicología, y después haber estudiado la mente desde un marco budista, cuál es mi opinión al respecto.
Realmente no creo que haya una línea que divida a los sanos de los insanos, mentalmente hablando . Siento que es una cuestión de grados y momentos. Y lo que clasificamos como patología no es otra cosa que una EXPRESIÓN DEL SUFRIMIENTO. A veces expresado mediante ataques de pánico, otras mediante síntomas depresivos, o trastornos de la alimentación o lo que llaman trastornos de la personalidad. Sale de diversas maneras y en diversos grados. Pero son simplemente distintas expresiones de una misma cosa. Sufrimiento. Dependiendo de nuestras experiencias vitales, nuestro karma, nuestro entorno, nuestra genética y cientos de factores, tendemos más hacia algunas cosas nocivas o hacia otras. Pero todos, todos, todos estamos en constante confusión mental, insatisfacción, descontrol de las emociones, disfunciones en las relaciones con otros…
Algunos más, algunos menos. Algunos tienen más herramientas, otros no. Algunos momentos son terribles y otros los llevamos mejor.
También todos necesitamos ayuda de otros. Somos interdependientes. Necesitamos apoyo emocional, estimulación afectiva. Necesitamos en muchos momentos alguien que nos guíe cuando estamos muy perdidos. Puede ser una madre, un amigo, un desconocido. Puede ser un psicólogo.
Todos estamos en muchos momentos “mentalmente enfermos”, si lo queremos llamar así. Y cada persona necesita una ayuda específica, no según su supuesto trastorno, porque eso no nos define, ni nos debería meter dentro de una categoría, sino porque todos llevamos una mochila distinta a nuestra espalda y tenemos distintas capacidades para sobrellevarla.
La concepción que hay actualmente de la salud mental es un poco así: “he ido al médico y me han diagnosticado depresión. Es una enfermedad mental y necesito estas pastillas e ir al psicólogo para curarme”. Parece que partimos de una supuesta salud mental perfecta, y que las desviaciones son cosas extrañas y peligrosas, con un nombre concreto, una curación concreta, que hay que extirpar y que una vez lo extirpemos y le pongamos la tirita, ya está, ya podemos continuar nuestra vida con nuestra buena salud mental.
Se conciben dos grandes categorías en cuanto a salud mental, los sanos y los enfermos, y dentro de los enfermos se clasifica en cientos de distintas categorías, según los síntomas presentados.
Creo que esta concepción parte de un error de raíz de TRES puntos principales.
El PRIMERO es concebir estas categorías diagnósticas como entes sólidos, separados los unos de los otros, y concebir la enfermedad o los trastornos mentales de una manera también solidificada, con una línea divisoria que separa la salud de la enfermedad.
Ya lo he explicado antes. Esta concepción de la psicología y psiquiatría viene derivada de la manera que tenemos de ver el mundo en occidente. Solidificamos nuestro ego, nuestro “yo”. Yo estoy aquí y tú allí, totalmente separados. Solidificamos también las situaciones y las relaciones, apegándonos a ellas o rechazándolas. No aceptamos la fluidez, la relatividad, la impermanencia, la poca solidez de las cosas, el contínuo cambio y la interdependencia de todos los seres. Esta manera tan cuadriculada, ignorante y cerrada de ver y percibir la realidad la hemos aplicado, por supuesto, a todos los ámbitos humanos; psicología, medicina, política, justicia…
El SEGUNDO es el no tomar a una persona en su conjunto y poner los síntomas de un trastorno determinado en el centro de esa persona.
Una persona es un ser increíblemente complejo. Con experiencias vitales particulares, con una concepción del mundo única, con muchas y distintas relaciones afectivas con otros seres…cada persona es un universo en sí misma. Categorizar a esa persona con una etiqueta determinada porque presente ciertos comportamientos y pensamientos me parece bastante reduccionista. Sobre todo porque hace muy reduccionista también la manera de tratar ese problema, acotando las modificaciones comportamentales y cognitivas a un área muy concreta y de manera poco global, poco profunda.
Ya hemos dicho que los diagnósticos son meras convenciones. A un conjunto de síntomas se le ha puesto un nombre. Ya está. Porque es más fácil tenerlo así ordenado. Sobre todo porque es más fácil medicar una vez tienes una etiqueta puesta. Pero esa etiqueta que te han puesto no te tiene por qué definir. No te define ni un poco si tú así lo quieres. Obviamente tienes un problema. Tienes ansiedad, por ejemplo. Estás sufriendo. Eso es real. Pero no estás enfermo. Bueno, o sí lo estás, si consideras que todas las personas que vivimos actualmente lo estamos, cosa que no me parece desacertada. Pero no has entrado en una categoría diferente al resto de la población, no le pasa nada radicalmente anormal o diferente a tu mente o tu cerebro. No necesitas una ayuda específica para tu problema, necesitas ayuda específica para tu persona, porque eres un ser único con unas características únicas y unos sufrimientos, que, aunque compartes con el resto de la humanidad, la forma tuya de sentirlo, expresarlo y resolverlo es particular.
¿Necesitas un psicólogo? Por supuesto. Yo también lo necesito. Y todos los demás. La vida es estar constantemente sorteando baches. Constantemente lidiando batallas. Constantemente lidiando con el sufrimiento. A veces nos atascamos en algún punto y necesitamos más ayuda y más urgente. Unos más, otros menos.
El TERCERO es no conocer la raíz del sufrimiento humano, de dónde viene, cómo y cuándo se expresa y cómo se reduce o se elimina.
El gran problema de todo este sistema de diagnósticos es que evidencia que desde la psicología occidental no se conoce la raíz del sufrimiento humano. Y, por tanto, y eso es lo complicado, no se pone una solución realmente efectiva. Porque se va un poco a tientas. Se van poniendo parches para las heridas, pero cuando tapas por un sitio sale otra lesión por otro sitio. Con el mismo nombre o con otro distinto. Porque el sistema entero está inflamado, pero no se sabe muy bien por qué ni cómo remediar eso, así que vamos poniendo parches y más parches, esperando que aguanten. No digo que poner parches esté mal, creo que a veces es necesario. Hay ciertos momentos que estamos tan tan mal, tan confusos y desesperados que necesitamos cualquier cosa que nos haga aplacar eso un poco para poco a poco poder ir recomponiéndonos. Pero desde luego hace falta llegar en algún momento a algo un poco más profundo y escarbar en la raíz para poder transformarnos y sanarnos de una manera más amplia.
No quiero entrar demasiado en este artículo respecto a cuáles son las raíces del sufrimiento, tengo otro artículo dedicado enteramente a ello (Leer Sufrimiento). Pero está claro que sin conocer realmente bien cómo se origina el sufrimiento, cómo funciona nuestra mente y cómo ir modificando todo ello, vamos a ir un poco dando tumbos.
¿Qué consecuencias tienen estos diagnósticos para la persona que los recibe?
Siento que muchas veces un diagnóstico así crea una sensación de estar lidiando con algo mucho más grande que nosotros. Como si nos hubiera venido un cáncer y tuviéramos poco que hacer ante ello. Nos vuelve más pasivos y hace que toda nuestra vida gire en torno a esa categoría. Pero no tiene que ser así. Puedes despojarte de esas etiquetas. Si no te sirven, fuera.
Ocúpate de tu sufrimiento, por supuesto, pero teniendo la certeza y la tranquilidad de que estás en el mismo barco que todos. Mismo sufrimiento, distintos grados, distintas vidas, distintas herramientas y distintas maneras de ayudar. Pero la raíz del sufrimiento siempre siempre es la misma; el apego a nuestro “yo”, a nuestras posesiones, a nuestros pensamientos, a nuestro cuerpo, el apego a otros, la confusión de no entender cómo funciona nuestra mente y cómo controlarla, la explosión de nuestras emociones incontrolables, la incapacidad de aceptar la impermanencia, la muerte… Estamos todos igual, en mayor o en menor medida. No estás loco, no tienes algo raro en la cabeza que es crónico e incurable o que sólo se irá con tales o cuales pastillas. No. Estás sufriendo. Y el sufrimiento se puede reducir, se puede transformar. Siempre.
He conocido, por otra parte, mucha gente para la que tener un diagnóstico, para ella o para sus familiares, era una especie de alivio. “Por fin sé lo que tiene”, “ya sé por qué se comporta así o asá” o “por fin le puedo poner un nombre a lo que me pasa”. Creo que hay que tener cuidado para que esa concepción no solidifique las situaciones, los pensamientos y las acciones, convirtiéndolas en algo realmente monolítico, estable y sobredimensionado. Porque ése es justamente el problema. Convertir una convención social en una entidad irrefutable, enorme, en una roca inamovible que pesa sobre nuestras cabezas y que sólo alguien altamente cualificado, con suerte, podrá retirar o reducir el peso. El problema es también colgarse de ese diagnóstico y no poder soltarlo. Porque soltarlo implica asumir otra vez el control de lo que pasa en nuestra mente y eso, a veces, es difícil de asumir. Que un diagnóstico sea el que rige nuestra vida a veces puede ser extrañamente reconfortante.
Por todo esto sostengo que hay que tener cuidado y revisar cómo es nuestra relación con nuestras etiquetas y por qué y para qué lo estamos manteniendo.
Dicho esto, entiendo que no poder agarrarse a nada, la incertidumbre de no poder asir un diagnóstico y apoyar la cabeza sobre él, a algunas personas les puede parecer terrorífico en vez de liberador. Es normal y muy entendible. Muchas veces un diagnóstico es la única manera de poder conseguir recursos a nivel institucional. Sin diagnóstico de depresión, no hay baja laboral, no hay ayuda psiquiátrica ni psicológica, etc… Entonces se convierte en algo totalmente necesario y deseable. A veces también un diagnóstico es la única manera que la gente de tu alrededor realmente vea y entienda que estás pasando por una situación muy complicada que requiere de ayuda, de paciencia y comprensión. A veces un diagnóstico nos ayuda a relacionarnos con otras personas que están pasando por el mismo proceso que nosotros y eso nos hace el camino mucho más amable y llevadero. De la misma manera que te digo que si no te gusta tu etiqueta, tírala, te digo que si te gusta y te sirve, quédatela. Quizás comprendiendo que es algo más flexible de lo que creías, y que se puede transformar, y que te puedes salir de allí cuando te parezca. Pero si estás cómodo con tu diagnóstico, te está siendo útil, has podido recibir la ayuda que necesitas y te ha permitido poner orden mental, pues yo tampoco soy nadie para decirte que eso no está bien así. Es que tampoco lo creo así si a ti realmente te está siendo de ayuda.
Al final, como psicólogos, tenemos nuestras propias opiniones, pero lo único importante es ser de ayuda real para las personas.
Así que infórmate, analiza las cosas con tu propio criterio, y quédate lo que más te resuene, lo que mejor te ayude. Cada persona es distinta y sólo tú sabes lo que es mejor para ti.
Kommentare